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de María Elena Sarmiento

Ésta es la historia de un hombre normal, de esos que trabajan para vivir y viven para trabajar. Este fulano tuvo una infancia como la de cualquier otro. Quería ser bombero, policía no, porque a su mamá le inspiraban más miedo que respeto, futbolista, astronauta, abogado como su papá o súper héroe, ¿por qué no? Soñaba con salvar al mundo de una catástrofe y con encontrar la cura para el hijo del plomero que tenía síndrome de down.

Nuestro personaje supo, como todo el mundo sabe, que tenía que ganar dinero para ser feliz y eligió la carrera fácil, ésa que le implicaba dieciocho horas de estudio al día para aprobar las materias y que le permitió agregar, con toda honestidad, la abreviatura de licenciado en sus tarjetas de presentación. Obtuvo su primer trabajo y cumplió los sueños de otro, no nos queda muy claro de quién, pero es evidente que eso es lo que debe hacer un ciudadano respetable.

Dio el anticipo para un departamento y se hipotecó por treinta años, si todo salía bien. Dentro de sus cuatro paredes, pronto invitó a una mujer a vivir con él. Con los gastos compartidos, resultaba más fácil pagar la ropa de marca que necesitaban para convivir con su nuevo grupo de amigos tan selectos. No tuvieron hijos de inmediato (salen muy caros). Fue una suerte porque no resultó ser la adecuada para la vida que nuestro sujeto se había imaginado. Desfilaron tres más, una tras otra. Lo más difícil era hacerles espacio en los armarios que él había ido llenando a través de años de shopping en el extranjero.

Una se embarazó y eso la convirtió en la definitiva. Había que casarse por aquello de que la sociedad discrimina todavía a los hijos fuera del matrimonio. Un varoncito y, a los dos años, una niña. ¡Qué felicidad! Seguro más para la madre, que ahora ya se dedica de tiempo completo a cuidarlos.

En sus ratos libres, el hombre quiere ser futbolista. Ya no tiene edad. Se lastima la rodilla. Se le ha olvidado que un día quiso apagar incendios, pero su convertible rojo se parece un poco al carro de bomberos que de niño vio pasar como un bólido por la avenida. Quiere ser súper héroe, pero todos sabemos que esos no existen en la realidad. Se conforma con parecerlo. Cada día se entuba más los pantalones. Sería cursi ponerse unas mallas cuando ha substituido la corbata por la capa. Se vuelve intrépido. Se consigue una amante (o dos). Se obliga a usar preservativos. ¡Hay que ser responsable, caramba!

Cuando se da cuenta de que se le han pasado las décadas, se tiñe el cabello. Se inscribe al gimnasio, aunque sólo vaya los primeros dos días del mes. Así sigue su vida. No logra descubrir qué es lo que le hace sentirse un fracasado.

Esta historia es sólo ficción. Nadie conoce a un hombre así.